Cuando empezó a rondar la idea de este blog por mi cabeza, en el que me ayuda mi hermana pequeña a la que cariñosamente llamo "la becaria", tuve claro desde el primer momento que este espacio sería un pequeño homenaje a mi abuelo. Algo que él nunca aprobaría, pues su carácter tímido siempre le hizo mantenerse en un segundo plano, pero que sin duda se merece.
Mi abuelo vivía por y para el mar. Lo amaba y respetaba como nadie y supo transmitírnoslo a todos. La vida en su pequeño pueblo costero le hizo estar siempre en contacto con la inmensa masa azul y ya desde pequeño se había dedicado a trabajar en el mar pero no sería hasta los años 60 cuando inició su andadura en el cultivo del mejillón. Ahora ya entendéis mi pasión por estos bivalvos.
Era un hombre de pocas palabras pero de grandes aptitudes para con los demás. Su presencia transmitía serenidad. Con su risa tímida, su mirada cabizbaja y gestos de aprobación mostraba siempre su complicidad. Su casa fue el salón de juegos de todos sus nietos y bisnieto, su paciencia una cuerda que entre todos tensamos hasta el infinito. Y, sin embargo, nunca se rompió.
Hace casi dos años que falleció pero realmente se empezó a apagar tiempo atrás. El día que mi abuela se marchó, todos perdimos un poco con ella pero mi abuelo, mi abuelo se fue por completo. Dejó su existencia en manos del tiempo hasta que este no le concedió ni un minuto más. Mi abuelo y mi abuela eran dos personas inseparables, la muestra de ese amor que pasados los años y aun cuando ya no hay nada que decir, sigue compartiendo silencios con la misma mirada, con el mismo sentimiento. Dos septuagenarios viviendo permanentemente el primer amor.
Mi abuelo vivía por y para el mar. Lo amaba y respetaba como nadie y supo transmitírnoslo a todos. La vida en su pequeño pueblo costero le hizo estar siempre en contacto con la inmensa masa azul y ya desde pequeño se había dedicado a trabajar en el mar pero no sería hasta los años 60 cuando inició su andadura en el cultivo del mejillón. Ahora ya entendéis mi pasión por estos bivalvos.
Era un hombre de pocas palabras pero de grandes aptitudes para con los demás. Su presencia transmitía serenidad. Con su risa tímida, su mirada cabizbaja y gestos de aprobación mostraba siempre su complicidad. Su casa fue el salón de juegos de todos sus nietos y bisnieto, su paciencia una cuerda que entre todos tensamos hasta el infinito. Y, sin embargo, nunca se rompió.
Hace casi dos años que falleció pero realmente se empezó a apagar tiempo atrás. El día que mi abuela se marchó, todos perdimos un poco con ella pero mi abuelo, mi abuelo se fue por completo. Dejó su existencia en manos del tiempo hasta que este no le concedió ni un minuto más. Mi abuelo y mi abuela eran dos personas inseparables, la muestra de ese amor que pasados los años y aun cuando ya no hay nada que decir, sigue compartiendo silencios con la misma mirada, con el mismo sentimiento. Dos septuagenarios viviendo permanentemente el primer amor.
Hoy publico esta receta porque hoy, 2 de mayo, es su cumpleaños, y lo digo en presente porque hay gente que nunca se va o no queremos que se vaya y los recuerdos son lo único que los mantienen vivos. A veces recuerdo mi infancia en la que él era nuestro compañero de juegos o nuestro cómplice ante las regañinas de mi abuela. Recuerdos de toda mi vida cerca de él. Y entre todos esos recuerdos hay multitud de momentos gastronómicos. Las enormes cenas de Nochebuena o las más reducidas comidas de un lunes después del colegio. Pero de entre todas me quedo con esta preparación que os traigo, una receta que él preparaba cuando venía del mar, cocía los mejillones, hacía la salsa y así la saboreabamos todos.
Dicen que el paladar te transporta a sabores y recuerdos de la infancia, y esta receta trae todo eso y más. Porque al final, cuando nada queda, nos acompañan los momentos y el enome agradecimiento de haber podido disfrutar de su compañía y vivencias.
Ingredientes:Un kg de mejillones
Una cebolla
Aceite de oliva
Vinagre
Una hoja de laurel
Agua de cocción de los mejillones
Preparación:
Limpiamos y lavamos los mejillones, los ponemos en una olla con un chorro de agua y una hoja de laurel. Cuando estén abiertos los retiramos del fuego. La agua de cocción se cuela y la reservamos en un cuenco.
Vamos poniendo en una fuente los mejillones a media concha.
Preparamos la vinagreta:
Picamos la cebolla muy bien, y la ponemos en un cuenco donde le añadiremos el aceite de oliva, el agua de cocción y el vinagre. Mezclamos para que ligue bien.
@Blogdemejillon
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